martes, 6 de octubre de 2009

Enamoramiento embriagado


Foto: Harmida Rubio

Texto por: Braulio M. Aguilar Orihuela.

“Alguien me ha dicho que la soledad
se esconde tras tus ojos y que tu blusa
atora sentimientos que respiras”
Trátame suavemente, Gustavo Cerati.

La conocí mucho tiempo antes de que se pusiera a vender “papitas”. De noche luce radiante, a la luz del día su belleza le da paso a la sombra. La falta de pintura la hace ver muy acabada. Hace un par de años la visitaban importantes empresarios de la ciudad, políticos de todos los niveles y uno que otro burócrata que se fastidiaba de las caricias de su secretaria. Nadie quería perderse de los mimos de “la cubana”. Pero la situación ha mermado todos los bolsillos. Hasta tuvieron que deshacerse de mí porque les causaba más gastos, aunque sólo vivía de la gratitud de los visitantes. Me ofrecí de portero, mayordomo, agente de seguridad pero nadie se salvó del recorte. Todo era para que “la cubana” siguiera en el negocio.

Cada noche se peina con largas luces de neón; juegos luminosos que hipnotizan a los clientes. Vestidos de lentejuelas cual espejos rotos donde las máscaras parecen ojos; hilarante silueta dibujada en sueños de cama. La admiraba desde mi sencillo puesto. Enamoramiento embriagado. Historia que se recrean noche a noche. Los vicios que esconde me atraen más que su cuerpo.

Tenía un par de cirugías: se levantó el frente para tener más espacio donde descansar y más clientes que cautivar; y se afiló la nariz para detectar a los marranos que llegaban de diferentes muladares. Aunque no se fijaba en mí, a diario dejaba una huella en mi piel. Los clientes son primero. Vienen a verla todo tipo de personas: ejecutivos que llegan en Mercedes Benz, juniors que salen de las fiestas del colegio en la camioneta de mami y pagan todo con la tarjeta de crédito de papi, el grupo de amigos que fue a ver el partido de fut y se cansaron de ver tantos hombres en el bar. Me ha tocado ver que llegan señoras o jovencitas con sus parejas o amigos, nunca solas. Algunas no se consideran lesbianas aunque disfrutan acariciar las piernas desnudas de las bailarinas mientras les dan la cortesía respectiva a los hombres de la mesa; o ayudan a quitar el sostén para acariciar los senos de una mujer que se excita al tacto de otra mujer.

Nunca faltan los que llegan con algunas copas extra, o pasados de líneas, que quieren abusar de los servicios de “la cubana”. Hay quienes llegan con navajas, otros, los menos, que ocultan la pistola en sus chamarras de cuero. En una ocasión, llegaron tres jóvenes en una camioneta de lujo, Blaizer, no llegaban ni a los 18. “La cubana” no hace excepciones, mientras traigan con qué pagar pueden entrar. Pidieron una cubeta de cervezas, se acercaron tres chicas con cuerpo de plástico y antifaz como falda. Los cuerpos se bebía al ritmo de corridos norteños. Las manos acarician fantasías. Los ojos le coquetean a la embriaguez. Tres cubetas. El más alto, pero no más grande, se levantó tambaleante de la mesa y con largos de cocodrilo acompañó a Alexa. “La cubana” le da trabajo, casa, y a veces cariño, a una veintena de chicas ambulantes que esconden los sentimientos en las noches de humo y luz. Paulina acaricia el pantalón del más joven, perdido en la cabellera de neón de “la cubana”. Sasha hace negociaciones con quien parece ser el mayor del grupo. Al fondo se escuchan gritos. “Ven pa’cá, pinche putita”. Las cortinas ondulan a la velocidad del grito. “Regresa, cabrona”. Un grito. Un disparo. Las sillas golpean con el piso. Cae Alexa. El estruendo es más fuerte que las bocinas. Dos disparos. Con el pantalón en los tobillos, el niño armado sale del privado. Los meseros se aproximan rápidamente. Todos gritan. “La cubana” calla. Los autos queman sus llantas en mi piel de gravilla. Estacionamiento vacío ¡BAM! Una escopeta. Un cuerpo sin pantalones flota en sangre. La noticia circuló por diversos medios. En los periódicos sólo mencionaron los balazos, nada de heridos ni muertos. Los clientes dejaron de llegar por varios meses. Desde entonces instalaron una máquina-despachadora de “papitas” en “la cubana”. Esta noche, las luces brillan en el vacío.

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