Foto y texto: Harmida Rubio
A través de narraciones vamos viviendo las distintas etapas de la vida. Cuando somos niños nos dirigen al espacio de los sueños con historias, y son éstas las que nos llevamos en la mente no sólo al dormirnos, sino en la vigilia y durante toda nuestra vida.
Cuando crecemos, ya no nos conformamos con que nos cuenten, necesitamos ser ahora nosotros quienes inventemos lo que pasa. Nos volvemos protagonistas y nos hacemos adictos a las anécdotas.
Los griegos pensaban que las cosas ocurrían solo para que los humanos pudieran contarlas. Así es, necesitamos reconocernos en nuestras mentes, en nuestros espacios, voltear atrás, rememorar y conmemorar. Acordarnos en conjunto de las experiencias propias y las de grupo. Finalmente la palabra “contar” tiene inmersos dos significados: el de narrar, pero también el de enumerar, el de pensar y calcular.
Así, las sociedades también se construyen de historias. Los imaginarios en los cuales están soportadas las mantienen unidas, cohesionadas en un mismo espacio al pasar del tiempo. La historia, las tradiciones, las promesas de campaña, las añoranzas, la idea de prosperidad, son narraciones que generan acciones en lo individual y en lo colectivo.
Narrar es un oficio inquieto y antiguo, como las ciudades. El contar la vida, la pasada o la posible es una forma de catarsis, una reflexión sobre el ayer, una invocación, un puente hacia el futuro. Al narrar se recuenta y se construye. En torno al narrador (el juglar, el filósofo, el artista, el poeta), la sociedad se congrega en un espacio público a imaginar historias, a pensarlas, a crear las propias.
A través de narraciones vamos viviendo las distintas etapas de la vida. Cuando somos niños nos dirigen al espacio de los sueños con historias, y son éstas las que nos llevamos en la mente no sólo al dormirnos, sino en la vigilia y durante toda nuestra vida.
Cuando crecemos, ya no nos conformamos con que nos cuenten, necesitamos ser ahora nosotros quienes inventemos lo que pasa. Nos volvemos protagonistas y nos hacemos adictos a las anécdotas.
Los griegos pensaban que las cosas ocurrían solo para que los humanos pudieran contarlas. Así es, necesitamos reconocernos en nuestras mentes, en nuestros espacios, voltear atrás, rememorar y conmemorar. Acordarnos en conjunto de las experiencias propias y las de grupo. Finalmente la palabra “contar” tiene inmersos dos significados: el de narrar, pero también el de enumerar, el de pensar y calcular.
Así, las sociedades también se construyen de historias. Los imaginarios en los cuales están soportadas las mantienen unidas, cohesionadas en un mismo espacio al pasar del tiempo. La historia, las tradiciones, las promesas de campaña, las añoranzas, la idea de prosperidad, son narraciones que generan acciones en lo individual y en lo colectivo.
Nos alimentamos de narraciones: la religión, la ciencia, la creación artística, la filosofía, cada una de ellas se expone al mundo también a través de historias. Sin embargo, las historias dependen mucho de sus personajes, pero también de sus escenarios. Julio Sánchez Juárez, revolucionario en la enseñanza de la arquitectura en el Estado de Veracruz decía “la arquitectura es el escenario para la vida”; y tenía toda la razón. Dependiendo de las calles, los árboles, las luces, los tugurios, los parques, las casas, las azoteas; las historias serán distintas. Así también lo afirma Enrique Vargas, creador del Teatro de los Sentidos: “Se podría decir que la ciudad en que vivimos es nuestra coprotagonista, nuestra pareja de baile. ¿Sería yo el mismo si tuviera que bailar con Londres, con Sao Paulo, con Nairobi o con Bogotá?…lo que hace posible a una ciudad, lo que le da forma no es su estructura visible sino la invisible, la creada por los hilos que los habitantes de la ciudad tejen entre sí, consigo mismos, con su entorno y con sus mitos de origen.”